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Las mieles del rosal, de Ramón del Valle-Inclán: una olvidada edición de Gregorio Pueyo

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El librero y editor Gregorio Pueyo

El librero y editor Gregorio Pueyo

El librero y editor aragonés afincado en Madrid Gregorio Pueyo (1860-1913) mantuvo relaciones profesionales y de amistad con Valle-Inclán (1866-1936). Sabido es, se ha repetido hasta la saciedad, que aquél le inspiró el personaje del librero “Zaratustra” de su inmortal obra Luces de bohemia (1924), en cuya lóbrega covacha recalarían los melenudos poetas modernistas que Pueyo no tardaría en editar y donde tendría lugar la tertulia de amplio contenido que frecuentaría, entre otros literatos, el escritor gallego, siendo varios los testimonios que así lo certifican. El peruano Felipe Sassone, uno de sus incondicionales, escribió:

“en la librería de Gregorio Pueyo, situada en la calle de un escritor, Mesonero Romanos, nos reuníamos ya anochecido los aventureros de la literatura y unos pocos consagrados […] Ahí está Valle-Inclán, el maestro de la prosa, lanzando paradojas daurevillescas, cuya osadía contrasta con el ritmo musical y dulzón de su acento gallego. Su endrinosa barba de Cristo bizantino tiembla bajo la voz, y la boca de sátiro sonríe con sonrisa que, según Rubén, “es la flor de su figura”, de una figura legendaria y antigua de ermitaño y de hidalgo”.

El bohemio gaditano Antonio Rey Moliné, más conocido por su seudónimo de “Dorio de Gádex”, inmortalizado también en Luces de bohemia, en busca de protección se arrimó hasta lo intolerable a la sombra del librero y editor, ofreciéndonos este testimonio directo:

“Cuatro meses después, corriendo octubre de 1908, y en aquél fétido chiscón de la calle de Mesonero Romanos, que al difunto Pueyo servíale de librería, Ricardo Baroja -dibujante célebre por sus tenebrosas aguas fuertes, de legítima estirpe goyesca- me hizo la merced de presentarme a este raro orfebre de nuestra lengua (…) ¿Diré al lector que, a las primeras frases, fui uno más entre sus incondicionales? No lo creo preciso, y menos aún afirmar que, desde entonces, varón tan preclaro me hizo la inapreciable dignación de su afecto…”.

Traigo ahora el testimonio de Felipe Trigo:

“[…] Ningún novelista me agrada: desde Flaubert a Mirbeau, todos están LLENOS DE SU ÉPOCA (con mayúsculas en el original) y pasarán con su época: no tienen nada de ellos mismos, y, por consecuencia, de perenne e inmutable. Esto, que se lo oí la otra tarde al autor de Las Sonatas, en la librería de Pueyo, prueba el temperamento íntegramente lírico de Valle-Inclán”.

Unido a un triste suceso, el propio escritor manifiesta en una entrevista a Francisco Madrid:

“[…] Recuerdo que una de las cosas que más impresión me ha producido en mi vida es una escena que presencié una tarde yendo a casa del librero Pueyo. Bajaba por la calle una mujer seguida de unas vecinas. Esa mujer era una portera a la que le acababan de decir que a su hijo, jugando con unos muchachos del barrio, le habían matado. Aquella mujer no decía una palabra. Sólo gritaba. Sus gritos eran la única expresión de sus sentimientos […]“.

Esas relaciones profesionales entre Pueyo y Valle-Inclán a las que me refería al principio cuajaron en la circulación y difusión de algunos títulos. “El papel de Valle-Inclán, escriben Joaquín y Javier del Valle-Inclán, como su propio editor explica las diversas ediciones, aparecidas con anterioridad a 1911, de Cofre de sándalo, El yermo de las almas, La guerra carlista, o de Cuento de Abril, todas ellas en nuestra opinión realizadas por su autor y después cedidas a libreros y editores, quienes vendían los ejemplares con su sello. Aparecen pues los títulos con el mismo impresor -e idéntico colofón, si lo hay- pero con diversas casas editoriales: Pueyo, Perlado, Páez y Cía, Sucesores de Hernando…”.

Ramón del Valle Inclán por Anselmo Miguel Nieto

Ramón del Valle Inclán por Anselmo Miguel Nieto

Es decir, editaba por su cuenta sus libros, ocupándose personalmente de su publicación, recurriendo únicamente al impresor para la materialización física del libro y al librero para su venta y distribución. Esta manera de actuar no fue exclusiva de Valle-Inclán, por supuesto, y así el escritor, abogado y político Eduardo Barriobero y Herrán (1875-1939) hizo lo mismo a la hora de dar visibilidad a alguno de sus libros y estoy pensando concretamente en los dos ensayos de crítica que se incluyen en Cervantes de levita. Nuestros libros de caballería (1905) del que he visto dos ediciones diferentes, a cargo la primera, que es la siempre citada, del editor Vicente Balmaseda (BNE. CERV/2463), establecido en los números 8 y 10, 3º, de la madrileña calle de San Vicente, y la segunda, injustamente postergada, de Gregorio Pueyo, que tengo ante mí mientras redacto estas palabras.

Es el caso, a raíz de lo anterior, que llevan el sello editorial  de  Gregorio  Pueyo  las  siguientes  obras del autor y así lo hice constar cuando en 2010 vio la luz mi libro sobre el librero y editor: El marqués de Bradomín. Coloquios románticos (1907), El yermo de las almas. Episodios de la vida íntima (1908), Romance de lobos. Comedia bárbara dividida en cinco jornadas (1908), La Guerra Carlista I. Los cruzados de la causa (1908), La Guerra  Carlista  II. El resplandor de  la hoguera (1909),  La Guerra Carlista III. Gerifaltes de antaño (1909), Cofre de sándalo (1909) y, por último, Cuento de abril. Escenas rimadas en una manera extravagante (1910). No pretendí nunca que esta relación ni la de los demás títulos de  los autores incluidos en  el  catálogo  de Pueyo fueran definitivos ya que las peculiares características que adornan el fin de siglo no pueden obviar la dificultad que conlleva en ocasiones, por muy bien que se dispare el dardo, acertar en el blanco y resolver las dudas que plantea su edición. Así, recientemente, me he visto obligado a ampliar ese inicial listado al tener la fortuna de adquirir, a precio de momio, por increíble que pueda parecer, una rara “emisión” de la primera edición de la recopilación de trabajos cortos Las mieles del rosal (1910). Me identifico ahora con las palabras de Nuria Amat cuando, hablando sobre los libreros de viejo, confiesa que le gusta vanagloriarse “de alguna adquisición heroica, bien por su condición (dudosa) de ejemplar único y raro, o bien por el estrepitoso precio de oferta que me permitió adquirirlo como si se tratase de un robo”.

Las mieles del rosal se trata, según escribe Carlos Gegúndez López, de “unha antoloxía de textos en prosa, na que o autor arousán mesmo recrea alguna das súas narracións que foran publicadas con anterioridade”. A raíz de la salida del tercer título de esta Biblioteca, Desde el cielo, obra de Manuel Murguía (1833-1923), se pudo leer que “tiene el éxito asegurado esta Biblioteca, que presenta tan elegantes tomos, tan económicos y de tan prestigiosas firmas”.

Las mieles del rosal se inicia con el famoso soneto de Rubén Darío, aquél que comienza con el verso “Este gran Don Ramón, de las barbas de chivo…”. Se continúa con una suerte de panegírico anónimo de su persona y, a continuación, comprende la siguiente miscelánea en la que hay lugar para los cuentos, la poesía o el teatro: “Ave”, “Paisajes”, “Diálogos”, “Varia” (incluye “Sensaciones”, “Un guerrillero tonsurado”, “Una vieja”, “Una mujer”, “Capilla”, “Invocación”, “Decoración”, “Una dama”, “Las estancias del Palacio”, “Galería”, “Un hogar”), “Mendigos”, “Jardines”, “El  peregrino”.

Edición de Las mieles del rosal, de Gregorio Pueyo

Edición de Las mieles del rosal, de Gregorio Pueyo

El libro por mí adquirido, afortunadamente sin encuadernar, lo que permite contemplar el ejemplar con la apariencia que ante sus posibles compradores presentaba hace 104 años, conserva sus cubiertas originales, la anterior, que es una de las imágenes de que se acompaña este artículo, y la posterior, con indicación de los “tomos publicados”, Las mieles del rosal, el primero, por Ramón del Valle-Inclán, y “en prensa”, que equivale a decir “próximamente”, El encanto de sus manos, el segundo, por Luis Antón del Olmet. Edición en octavo mayor (19X13 cm.), consta de 151 páginas, a las que hay que añadir cuatro hojas de “Índice”, “Obras de Don Ramón del Valle-Inclán”, “Biblioteca de Escritores Gallegos”, “Colaboradores de la Biblioteca y Tomos publicados por la Biblioteca de Escritores Gallegos”, “Obras de Escritores Gallegos que se hallan de venta en la Casa de los Señores Perlado, Páez y Compañía” y “Otras Obras”. Se vendía al precio de 2 pesetas, según se puede leer con claridad en el tejuelo. Desconozco el eco literario que tuvo la obra el año de su salida, año en el que realizó su segundo viaje por tierras de América del Sur.

Lo cierto es que, al margen de algunos títulos en los que interviene el editor Gregorio Pueyo como administrador de los mismos, al margen también de otros en los que, como depositario, consta su librería como el lugar al que se pueden hacer los pedidos, el caso del rótulo que encabeza este noticia nos lleva, sin solución de continuidad, a las distintas ediciones de un mismo título, asunto muy frecuente en la obra valle-inclanesca, como se puede comprobar si se consultan las bibliografías existentes. Así, en la de Javier Serrano Alonso y Amparo de Juan Bolufersolo se hace referencia a los datos de la portada (“MCMX: IM-/PRENTA DE ANTONIO/ MARZO: SAN HERMENE-/GILDO, 32 DUPLICADO”); en la de Robert Lima, la entrada número 584 hace referencia al libro en la edición de la “Librería Sucesores de Hernando”; en la bibliografía de Joaquín y Javier del Valle-Inclán, la entrada número 290 hace sola y exclusivamente referencia a la edición de la “Librería Sucesores de Hernando”. En conclusión, en ninguna de las anteriores se hace mención de cualquiera otra que no fuera la de la supradicha “Librería Sucesores de Hernando”. Cualquiera pensaría, entonces, que no hubo ninguna más lo que, como ya sabemos, una vez señalada la de Pueyo, no es cierto y en la que, junto al retrato de Valle-Inclán obra del pintor Anselmo Miguel Nieto, figuran los siguientes datos diferenciales, ¡los únicos!, en cubierta: “MADRID/Librería de Gregorio Pueyo/Mesonero Romanos, 10 / 1910″, edición, por lo demás, en todo hermana gemela de la otra, incluida la errata de la anteportada, en donde se lee “BIBIOTECA” en lugar de BIBLIOTECA…

Como escribió el bibliógrafo Antonio Odriozola:

“pocos autores como Valle-Inclán reservan tantas sorpresas de unas ediciones a otras, pues el texto suele sufrir modificaciones, aparte las variaciones editoriales”

Llegados a este punto, he de advertir que en el catálogo de la exposición que tuvo lugar en 1986 en el madrileño Círculo de Bellas Artes  figura en el apartado “obras y ediciones de don Ramón del Valle-Inclán” la siguiente entrada: “50. Las mieles del rosal (no figura recopilador). Madrid, 1910, Imp. A. Marzo (en la portada). Librería de Gregorio Pueyo (en la cubierta). Biblioteca de Escritores Gallegos. Tomo I”.

Son varias las razones que me inclinan a pensar que el ejemplar que ahora obra en mi poder tiene un valor excepcional, no siendo la menos importante las puntuales localizaciones del mismo. El ya mencionado Antonio Odriozola, en Bibliografía de Valle-Inclán y Catálogo de la exposición patrocinada por la Fundación Penzol en 1967 nos informa que el ejemplar de Las mieles del rosal que allí se expuso pertenecía al pontevedrés Juan Manuel Lazcano. ¿Existe algún ejemplar más? ¿En dónde…? ¿Acaso en manos de algún devoto coleccionista de primeras ediciones valle-inclanescas, acaso en las de un acaudalado yanqui…? El que se conserva, encuadernado y con sus cubiertas originales, en nuestra Biblioteca Nacional es la edición de la “Librería de los Sucesores de Hernando. Calle del Arenal, 11. Madrid”. Su signatura, FI/250‹1›, perteneciente, por tanto, a “Frecuentes Incompletos”, concierne a una colección seriada, numerada, como fue la Biblioteca de Escritores Gallegos durante su breve existencia (1910-1913). Existen ejemplares, siempre de la edición de los Sucesores de Hernando, en diferentes instituciones nacionales.

En este año en el que Valle-Inclán hubiera cumplido 148 años, me reconforta haber recuperado y vinculado, una vez más, el nombre del editor Gregorio Pueyo con el de ese estilista del idioma y me ha parecido de interés dar publicidad de esta olvidada edición que, como ha quedado expuesto, si bien no era desconocida, apenas ha sido mencionada en el canon bibliográfico valle-inclanesco. En cierta manera, algo han debido influir en mi decisión estas palabras de Manuel Abril (1884-1943) con las que finalizo y que ahora, por venir tan a cuento y propósito, trascribo:

“[…] Tener un ejemplar raro y estarse así tan tranquilos, sin tener más que un solo ejemplar de la rareza, es un colmo inconcebible de tranquilidad insensata. No hay quien entienda a las gentes: unas veces nos atruenan los oídos diciéndonos que hay de un libro tres o cuatro millones de ejemplares, y nos lo dicen como si eso fuera prueba de lo bueno que es el libro, y otras veces, en cambio, nos dicen que lo bueno consiste en que haya uno solo, un solo ejemplar… ¡Absurdo!… ¡Tan fácil que sería, santo Dios, hacer lo que hacen otros: cuatro o cinco ejemplares cuando menos de los ejemplares únicos…!”.

 

 Enlace a la Exposición Bibliográfica de Gregorio Pueyo en la BNE

Miguel Ángel Buil Pueyo
Investigador de la Biblioteca Nacional de España


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